domingo, 1 de marzo de 2009

Realidad que nunca fue un sueño

Barranquilla, sábado 8 de noviembre de 2008, despierto un poco cansado, pienso y decido levantarme, cansado porque había llegado a eso de las 4:15 minutos de la madrugada a mi casa con motivo de la celebración de “Los Premios YUBI”, pero las obligaciones para ese día no daban basto, finiquitar el desarrollo de mi proyecto de grado era lo que mas me preocupaba. Aparte de los trabajos que tenia que entregar en esa misma semana, me preparaba para trabajar en lo de mi proyecto hasta las cuatro de la tarde porque en la noche debía grabar un matrimonio y estar a tiempo en ese tipo de eventos era lo que siempre hacía para no correr de un lado a otro. Estar a tiempo después de haber alistado los implementos que me acompañan, cámaras, trípodes, luces y cables.

Mi mamá debía asistir también en compañía de nuestra amiga Eva a la catedral de Barranquilla la cual quedaba menos de dos cuadras del lugar en donde yo me iba a encontrar ultimando detalles del diseño de mi proyecto.

Alistando los recursos que yo tenía que llevar recuerdo que a mi celular se le había dañado la batería la noche anterior, pido prestado un celular de mi mamá y con un poco de desconfianza me lo alcanza, advirtiéndome que se lo cuidara. Con malos gestos en mi cara lo recibo pero sabia al mismo tiempo que debía llevarlo por aquello de las cosas.

Me despido de mi madre sin coordinar antes con ella si nos encontraríamos cuando saliera de la reunión porque yo iba a estar ocupado, quería terminar rápido y ver finalizado mi proyecto, la entrega final era el miércoles de esa semana que estaba a punto de comenzar.

Llegó el mediodía, almuerzo con mis amigos diseñadores y cuando me encontraba reposando, miro mi celular y me doy cuenta que tengo 43 llamadas perdidas de mi Papá, llamadas que nunca escuché, pero no me preocupé porque imaginé a mi Papá caminando por las calles de Bogotá y con ganas de contarme algo que había visto en esa ciudad que me encanta. Había estado allá por un mes a causa de un curso de capacitación, él estaba dispuesto a viajar el domingo hacia Barranquilla para que, en la semana que iniciaba, mi Mamá se fuera a Bucaramanga, lugar en donde se encontraba mi abuelita materna quien estaba muy delicada de salud por falta de atención médica y familiar.

Me dirijo a la oficina para continuar mis labores. Estaba trabajando cuando alcancé a ver una luz que salía del display de mi celular, reviso y era una llamada que estaba entrando sin ningún timbre, un número desconocido, era alguien preguntando por mi nombre. Pregunté quién me hablaba, y la respuesta que me dieron fue: “¿Wilmer, tú porqué no te vienes para la casa?”. Era la voz de la señora Eva. Ella nunca había llamado a mi celular, sus llamadas siempre eran al teléfono fijo de nuestra casa y su tono era pausado, pero esta vez la notaba angustiada. Escucho de fondo a mi Mamá llorando, relacioné las llamadas perdidas de mi Papá y por un instante pensé que le había pasado algo, que se había muerto por un paro cardiaco o algo así, días antes de viajar hacia Bogotá, tuvo una recaída, estrés a causa del trabajo, el médico le había recomendado no viajar porque el clima podía complicar su corazón y sus pulmones. Siempre me pasa eso con mi Papá, pienso en que algo malo le puede suceder en cualquier momento por su trabajo y mas aun por el estado de salud que presentaba en esos días. Pero no, ese no era el caso, mi madre pide pasar al teléfono y me grita llorando: “Wilmer, mi Mamá se murió, vente para la casa”.

Solté una expresión obscena, corté la llamada, caminé por la oficina pasando mi mano por mi rostro y cabello porque no entendía en ese momento cómo pudo suceder eso. Me preguntaron que había sucedido, les digo: “Hijueputa, mi abuelita se murió”. Entra una llamada de mi Papá diciéndome que me fuera para la casa porque mi Mamá estaba mal, le hice saber que ya me había enterado y le colgué.

Fabián, uno de los amigos que me acompañaban en ese momento me dice: “Tienes que ser fuerte Wil, y darle mucha fortaleza a tu Mamá, no te puedes ir así, siéntate y llora, porque no puedes llegar a la casa así”. Le hice caso pero no duré más de 30 segundos sentado, tomé ánimo, y salí de la oficina, me acordé en ese momento el compromiso que tenía en la noche y el proyecto que debía entregar, pero era un caso de fuerza mayor, corro en busca de un taxi, tomé el primero que se detuvo. Mis lágrimas y llanto no fueron óbice para que el conductor acelerara la velocidad, pero eso me sirvió para pensar cómo debía hacer las cosas.

Sabía que tenía que viajar con mi Mamá ese mismo día y el único medio rápido era por avión, debía conseguir dinero para gastos y para lo que se presentara, llamé a Onix, a quien le pedí que llamara a De Niro, otro amigo de Jornada, para que cubriera el evento que tenía en la noche, le expliqué el porqué no podía y como siempre su respuesta fue “Cuenta con eso, amigo”, tenía que dejarle con algún vecino un vestido entero y los implementos que debía utilizar. Luego marqué al padre Diógenes, quería que se enterara de lo sucedido y me diera palabras de aliento, pero nunca contestó. Pensaba, me acordaba de lo sucedido, lloraba y volvía a la realidad, llamé a Gilberto y Jorge, amigos de ciento para que me prestaran algo de dinero, pero no había cómo.

Llegué a mi casa, preocupado por saber cómo estaba mi Mamá, era la primera vez que pasábamos por una situación como esta. Mi casa estaba llena de vecinas, unas dándole palabras de ánimo a mi Mamá, entre esas la señora Eva, otra en el teléfono preguntando por los pasajes y otras observando y reparando cómo era nuestra casa porque nunca habían entrado a ella. Mi Madre al verme despertó, estaba como ida, su cara sin color, no era ella, abría sus ojos y gritaba con mas fuerza: “Wilmer, Wilmer, dime que es mentira, dime que es mentira que mi Mamá se murió”. “¿Eso es mentira, verdad?”, repito que era la primera vez que pasaba por una situación como esta y cualquier actitud tomada por mi Mamá era para mí, desconocida.

Si le decía que era mentira, fallaba porque le estaba mintiendo, si le decía que era verdad, la hería mas, por eso prefería no contestarle esa pregunta. “Mamita no te pongas así, tienes que ser muy fuerte, ven mi amor, no te pongas así, en esta semana hablamos y te dije que tenías que ser muy fuerte, cálmate, ya voy a hacer las vueltas de los pasajes y viajamos hoy mismo para Bucaramanga”, le decía tratando de apaciguar su dolor pero sabía que era muy duro para ella, siempre estaba pendiente de mi abuelita y en esa semana se habían llamado mas que de costumbre.

Anduve por la casa tratando de organizar mis ideas sobre lo que debía hacer, pregunté a la vecina que estaba en el teléfono por los pasajes y me dio los horarios y el costo, pero debíamos hacer trasbordo en Bogotá. Otra vecina a la que había tratado poco porque estaba recién mudada puso al servicio su celular y por medio de este llamé a la Tía que había informado la noticia, quería que ella misma me repitiera lo que había escuchado de mi madre. Le dije: “¿Tía, que fue lo que pasó?”, y con un tono bastante frío y un acento marcado me dijo: “Pues que mi Mamá se murió”, pensé que me lo iba a decir de una manera abatida pero me estrellé. Al notar la frescura del caso le dije que llegaríamos en la noche. Le comente también a mi Papá que yo estaba en la casa y que veía a mi Mamá muy mal. Me pidió que le ayudara a decidir si viajaba de inmediato a Barranquilla o a Bucaramanga, le dije que llegara directo a Bucaramanga y que allá nos encontrábamos. Salí de la casa por un momento para recargar mi celular y comprar unos tranquilizantes para mi Mamá, pero ella en medio de su dolor era consiente que las vecinas querían calmarla a punta de pastillas. Me rechazó varias veces la medicina, entonces, le hice saber que si no se calmaba un poco no nos dejarían volar, nos tocaba irnos en bus y demoraríamos en llegar, le recordaba que debíamos estar allá lo mas pronto posible para hacer frente a la situación.

Saqué a la sala todos los implementos que debía dejarle a Onix, no podía hacerme el desentendido con la celebración de la noche porque recibí en esos días una parte del pago y no quería quedar mal. Fui a mi cuarto, cogí las primeras camisas y pantalones de color oscuro que encontré con algunas cosas de aseo personal para empacarlas en la maleta. De igual modo le alisté algunas cosas a mi Mamá mientras que escuchaba que el vuelo ya no iba a salir a las 8:30 de la noche sino a las 6:30 y que teníamos que estar en 5 minutos en el aeropuerto para la reserva de los pasajes.

Mi madre caminaba a buscar la ropa que debía llevar al mismo tiempo que las lágrimas inundaban su rostro. Decidí tomar un baño rápido, aseguramos la casa y salimos. Los trípodes, el vestido entero, un maletín con las cámaras y algunas lámparas ya estaban en casa de una vecina, estábamos atrasados pero faltaba que volviera la señora Eva, tenía que darle las llaves para que quedara al cuidado de nuestra casa, nos iba a traer un celular y un dinero para algunos gastos.

Caminamos a la esquina de la cuadra, tomamos un taxi y al poco tiempo de recorrido se me vino la idea de llamar a mi Papá desde el aeropuerto para decirle que comprara el pasaje del último vuelo, porque ese era el que íbamos a tomar. Termino de pensar eso y mi Papá ya estaba en la línea dándome la hora del vuelo y la referencia del pasaje que había comprado, él estaba pensando lo mismo que yo. Quedamos en vernos en Bogotá y tomar el mismo avión. La actitud fuerte que le estaba mostrando a mi Mamá decaía al ver que ella continuaba llorando, me solté en llanto, la abracé y la besé, le expresé que la amaba y que tenía que aceptar la voluntad de Díos, pero yo mismo sabía que no era fácil decirlo.